viernes, 19 de octubre de 2012

En ese momento, no soy ni ángel ni demonio.

Lo enrollo con fuerza, pero sin pasarme, con cuidado de que la boquilla no se mueva de su sitio. Chupo el papel y lo repaso con cuidado. Procuro que todo esté perfecto, que no se desperdicie mercancía, y una vez terminado, admiro mi trabajo con una sonrisa jocosa. Me relamo al pensar lo que toca ahora. Agarro con los labios la boquilla y me lo enchufo con una gran llama. Con paciencia, mucha paciencia, hay que asegurarse de que las uñas luego no lo jodan todo. Una vez enchufado, con la misma gran llama de antes, quemo levemente todo el papel para que el sabor de la planta coja más fuerza. Y durante todo el proceso, aspiro levemente para dar un empujoncito. Aunque no me gusta ese sabor, demasiado fuerte, demasiado quemado. Guardo el mechero y entonces aspiro de nuevo, esta vez el sabor es más dulce, estimulante. Veo como la luz rojiza se enciende y se apaga continuamente. Cuanto más fuerte aspiro, más fuerte ilumina, como si tuviera vida. Joder, una uña. No pasa nada, mi mechero acaba con ella, y sigo con mi ritual. Y entonces, dejo de sentir que todo tiene un sentido, que todo es tan difícil, que  estoy sola. Y sonrío por que siento que tengo las respuestas de todo, pero no las palabras suficientes para explicarlo. Como  no soy capaz de  llorar, ni sentirme impotente, entonces me río. Tengo el poder de fijarme en pequeños detalles que los demás no pueden ver.




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